El precio que han pagado los palestinos

Una guerra no sucede de un día para otro, es un proceso que siempre necesita tiempo para cocinarse hasta que está listo para ser servido a la opinión pública.

Es necesario conocer la historia de los enfrentamientos bélicos que tienen lugar en nuestro planeta, sobre todo en estos momentos que nos ha tocado vivir, donde el conocimiento ha sido sustituido por la intuición auditiva en todos los aspectos de la vida: oímos, luego existimos.

Escuchamos y repetimos y, como un cardumen de peces, somos dirigidos a donde desean que vayamos sin que se origine ninguna duda en nuestro escaso pensamiento racional.

Hoy día se suscitan innumerables manifestaciones en los “países civilizados”, exigiendo la paz entre judíos y palestinos. Desde hace años se habla de la creación de un Estado palestino, pero se hace sin haber mirado el mapa actual del territorio en conflicto.

El territorio palestino, o lo que queda de él, es prácticamente una especie de queso gruyère, para decirlo de modo gráfico.

Es decir, los asentamientos judíos actualmente están diseminados por toda Palestina en pequeñas porciones de tierra “inamovibles e irrenunciables” por parte del pueblo judío, el cual ha venido a punta de fusil a ocupar los territorios palestinos ante la mirada indiferente de organismos internacionales como la Organización de Naciones Unidas (ONU), por poner solo un ejemplo.

Cuando el 14 de mayo de 1948 se proclama la creación del Estado judío de Israel, el país recibe una gran oposición internacional, pero también un gran apoyo de otros países, pues es visto como un refugio seguro para las numerosas víctimas de la persecución nazi a los judíos en Europa.

Solo existía un problema bastante serio y que todos decidieron ignorar: en ningún momento se les estaba consultando a los palestinos su opinión.

El mundo entero después de la Segunda Guerra Mundial desarrolló un rechazo total a todos los que en el pasado hubiesen colaborado o simpatizado con el régimen nazi (con la excepción del Generalísimo Francisco Franco, en España).

Y aquí les quiero hablar de un personaje representante del pueblo palestino en aquellos años: Mohammed Amin al-Hussein. Fue un líder nacionalista árabe palestino y un líder religioso musulmán, en su calidad de gran muftí de Jerusalén. Utilizó este cargo para promover el Islam, a la vez que creaba un movimiento nacionalista árabe no confesional contra el sionismo. En los años 1921-1936, las autoridades británicas (culpables de esta guerra actual) lo consideraron un aliado importante.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Mohammed Amin al-Hussein colaboró abiertamente tanto con la Italia de Benito Mussolini como con la Alemania nazi, realizando transmisiones de radio propagandísticas y ayudando a los nazis a reclutar musulmanes bosnios para las Waffen-SS (con el argumento de que compartían cuatro principios: familia, orden, líder y fe).

Al reunirse con Adolf Hitler, solicitó respaldo para la independencia árabe y apoyo para oponerse al establecimiento en Palestina de un hogar nacional judío. Al final de la guerra, quedó bajo protección francesa y luego buscó refugio en El Cairo para evitar ser procesado por crímenes de guerra. El gran muftí de Jerusalén era la voz que necesitaba el pueblo palestino en la ONU en 1948, pero jugó en el equipo perdedor y su gente, al día de hoy, continua pagando las consecuencias.

RACISMO

Hace ya unos cuantos años de este encuentro en la ciudad de Bamberg en la región de Baviera, en Alemania, a orillas del río Regnitz.

En la ciudad de Girona, donde vivía entonces, conocí a un fotógrafo alemán que todos los días frecuentaba la bodega de vinos que yo también visitaba y de la que ambos éramos unos de sus más fieles clientes.

Björn Göttlicher tiene un alma caribeña como la mía, a pesar de él haber nacido en Centroeuropa. Casi de inmediato formamos una amistad, que después terminó en colaboraciones de trabajo, con el vídeo y la fotografía. Juntos realizaríamos en aquellos años un foto-videoreportaje sobre las mujeres toreras de España, lo que nos llevó a viajar unos meses por el sur de la península ibérica adentrándonos en busca de aquellas mujeres que se forjaban una profesión en un mundo netamente machista.

Siempre me había interesado la idea de visitar las ciudades de Alemania en compañía de una persona nacida en ese país. La experiencia es totalmente distinta que si lo haces como un turista mochilero, y en esa aventura con mi amigo alemán tuve la oportunidad de conocer ciudades totalmente desconocidas para muchos turistas, lo que hace realmente interesante el viaje por la vieja Europa.

Cuando llegamos a Bamberg, su ciudad natal, decidimos quedarnos unos días. Una noche Björn tenía una cena con sus padres y lo que menos quería yo era entrometerme en una reunión intima familiar, así que decidimos que me iría a un bar cercano en el mismo barrio donde estábamos para poder probar la famosa cerveza de esa ciudad que es famosa en el mundo etílico.

Bamberg no es una ciudad multicultural como otras ciudades que conocemos de Alemania y, mucho menos, tiene el flujo de turistas que circulan por Múnich, Berlín, Hamburgo, Colonia o Fráncfort. De manera que me encontré en un bar donde el único sudaca tomando cerveza era yo. En esa época yo no era de los que entran a un bar para tomarse sólo una cerveza y luego marcharse. Como buen caribeño que soy, me gusta instalarme y disfrutar unas horas de las especialidades de la casa, y allí se me presentaba una gran variedad de opciones cerveceras para degustar, aparte de la comida que ofrecen estos bares.

Ya había perdido la cuenta de las cervezas que había tomado cuando se me acercaron tres nativos de la zona. Recuerdo los tatuajes en sus manos, su cabeza rapada y lo poco simpáticos que me parecieron.

Al principio no fue una conversación sino una especie de interrogatorio. Estaban principalmente interesados en porqué me encontraba en su ciudad y de dónde venía. En ningún momento tuve la sensación de que podrían ponerse violentos a pesar de sus preguntas, porque el idioma que usamos para comunicarnos fue el inglés y porque entendieron que mi alemán tipo Tarzán no da para conversar.

Todo cambió a mi favor cuando me preguntaron sobre lo que yo pensaba de las personas que vienen a «invadir su país». Aquella pregunta dio origen a una conversación donde yo era quién más hablaba o, mejor dicho, quién habló todo el tiempo.

La defensa del territorio es algo que forma parte de nuestro ADN de primate evolucionado, ese es el origen de la mayoría de las guerras que se han producido en la humanidad desde que comenzamos a caminar erguidos.

La parte más interesante de la disertación para ellos fue cuando les hablé del caudillo Arminio (del que, por supuesto, no conocían nada o casi nada), y como gracias a la batalla de Teutoburgo en el año 9 D.C. hoy día ellos pueden hablar alemán y no están hablando latín o italiano.

Arminio, a pesar de ser educado por el imperio romano nunca renunció a su cultura germana y cuando tuvo la oportunidad de unir a las tribus rebeldes, no dudó en enfrentarse al general Publio Quintilio Varo y aniquilar a tres legiones del imperio romano. Esta batalla marcó un antes y un después, porque obligó al poderoso imperio romano a limitarse en sus invasiones hasta la línea del rio Rin.

Después de horas de ilustración histórica a mis nuevos amigos, sobre los orígenes de Alemania, ya nos encontramos en confianza. Ellos entendieron lo interesante de la conversación y terminamos siendo los últimos en salir de aquel bar y aun hoy, a veces, pienso que de alguna manera aquella conversación que tuvieron con un sudaca, les movió las bases de su pensamiento sobre nosotros.

Hoy día, estas ideologías racistas, xenófobas, machistas y ultranacionalistas reposan sobre una base de ignorancia y, como es de razonar, no se alejan mucho de las religiones, que también necesitan de la ignorancia para sustentarse.

Pero vivimos en un mundo donde el pensamiento cada día es más perseguido y marginado y, sobre todo, donde ser ignorante y no cuestionar nada es una manera de hacerte notar.

Es el futuro de la humanidad.

PALESTINA – ISRAEL

“Concedan a nuestro pueblo la soberanía sobre un territorio del planeta lo suficientemente grande para satisfacer los requisitos legítimos de una nación; nosotros nos ocuparemos del resto».

Theodor Herzl

La historia de la humanidad está conformada por innumerables hechos llenos de injusticias, guerras, exterminios sistemáticos de poblaciones y todo tipo de aberraciones en contra de los pueblos más vulnerables.

Hoy día la población mundial habla y se rasga las vestiduras por la última guerra que está de moda en este planeta. Lo curioso es que hablamos de una guerra que muy bien podríamos decir que comenzó allá por los años 1910-1915 y que sin tregua se ha mantenido hasta nuestros días.

Hoy el pueblo oprimido y que sufre las injusticias es el pueblo de Palestina, pero la cosa era muy diferente en 1948. Cuando el pueblo judío había padecido un exterminio sistemático por parte del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, ante el conocimiento y la indiferencia de las principales potencias aliadas.

En esos años, quienes ahora se manifiestan a favor del pueblo Palestino estarían, en aquel entonces, a favor del pueblo judío.

El universo infinito de ignorancia que controla la población mundial será definitivamente lo que terminará con la extinción en masa de lo que conocemos como raza humana.

Ante la indiferencia de la opinión pública internacional las potencias colonialistas crearon un problema entre judíos y palestinos y ahora se lavan las manos, como siempre ocurre. Ya es demasiado tarde para que cualquier gestión diplomática pueda solucionar algo al respecto.

El pueblo judío se ha fortalecido enormemente y ya es imposible lograr cualquier acuerdo.

Esquivando la Paz

Si revisamos un poco la historia nos daremos cuenta que los judíos junto con los gitanos han sido desde siempre los pueblos más rechazados injustamente en toda Europa.

Aquí en España, sólo por poner un ejemplo, el 31 de marzo de 1492 los reyes católicos firmaron en Granada el decreto real para la expulsión de los judíos, un pueblo que llevaba generaciones viviendo en España.

Hasta ahora no se conoce la cantidad de judíos que fueron expulsados en un año, pero se estima que para la época vivían en España cerca de 600.000. También se sabe que no todos se marcharon porque una buena parte fueron convertidos a la fuerza al Cristianismo. Y muy a pesar de eso fueron maltratados y llamados marranos, o lo que es lo mismo: cerdos, un vocablo que se utilizó de forma extensiva y peyorativa para referirse a todos los judeoconversos y a sus descendientes y que acarreaba implícita la peligrosa insinuación de «cristianismo fingido», algo que en el fondo, más allá del insulto, a lo que alude es a una conversión hecha a la fuerza.

Pero este rechazo sistemático a los judíos no sólo ocurría en España, sino en toda Europa. Y sucedió muy a pesar de ser un pueblo inmensamente culto, adelantado en cuanto a los avances medicinales y tecnológicos del momento y con un cierto poder económico.

Todas estas injusticias hacia el pueblo judío hacen que en el año de 1896 Theodor Herzl, un periodista y activista político austrohúngaro, muy conmocionado por el caso Dreyfus en 1894, escribe su tratado El Estado judío, denunciando el antisemitismo como nadie había hecho, y diciendo que el problema del antisemitismo solo sería resuelto cuando los judíos dispersos por el mundo puedan reunirse y establecerse en un Estado independiente.

El plan que planteaba Herzl era simple, para ser comprendido por todos. Dijo: «Concedan a nuestro pueblo la soberanía sobre un territorio del planeta lo suficientemente grande para satisfacer los requisitos legítimos de una nación; nosotros nos ocuparemos del resto».

Durante los dos años previos a su muerte, Herzl se reunió con diversos funcionarios británicos (Arthur James Balfour, Lord Milner, Sir Edward Grey y Lloyd George), a quienes presentó la idea de establecer un hogar judío, y quienes serían fundamentales en la llamada que la Declaración Balfour de 1917 hacía a brindar el apoyo británico para la creación de un “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina.

El texto de la Declaración Balfour, de 67 palabras y escrito en una hoja de papel, fue incluido en 1922 por la Liga de las Naciones (organismo que antecedió a la ONU) en el Mandato Británico sobre Palestina, mediante el cual Reino Unido quedaba formalmente encargado de la administración de esos territorios.

Históricamente y bíblicamente (para los creyentes en el Cristianismo) el pueblo judío está ligado a Jerusalén y Palestina, tanto como el pueblo Palestino.

Sucede que desde el imperio Otomano hasta 1948 se organizó el asentamiento del pueblo judío en Palestina sin ningún tipo de consenso entre el pueblo Palestino que era quién vivía ahí y poseía la soberanía.

Al imperio Británico un día antes de su retirada de Palestina el 14 de mayo de 1948 no le importó nada cuando David Ben-Gurión proclamó la creación y la independencia del Estado de Israel y cedió el control de Palestina de manera simbólica al pueblo Judío.

La Declaración Balfour en 1917 por parte del Imperio Británico respaldó la creación del estado de Israel en tierra Palestina. Ningún país europeo en ningún momento manifestó nada sobre una repartición de tierras de un imperio colonialista al que para nada le pertenecían, y que no tenía el más mínimo interés por conocer la opinión de los palestinos.

Recordemos que las potencias aliadas también abandonaron a su suerte al recién creado Estado de Israel en aquel año de 1948, a la espera que la liga árabe exterminara a los supervivientes del holocausto nazi en lo que se llamó la «Guerra Árabe-Israelí», y así quitarse el problema de los judíos.

La guerra árabe-israelí de 1948, también conocida por los israelíes como guerra de la Independencia o guerra de Liberación, fue el primero de una serie de conflictos armados que enfrentaron al Estado de Israel y a sus vecinos árabes, en lo que se conoce globalmente como el conflicto árabe-israelí. Para los árabes palestinos esta guerra marcó el comienzo de lo que ellos denominan la Nakba (el éxodo palestino).

FOTO: El capitán Abraham «Bren» Adan izando la Degel HaDyo en Umm Rashrash, marcando el final de la guerra.

Adictos a exterminarnos a nosotros mismos

Sin embargo es muy difícil exterminar a un pueblo que ha sobrevivido durante siglos y que con el paso de los años en Palestina se ha convertido en el pueblo opresor que, paradójicamente, de tanto defenderse a lo largo de la historia se ha convertido en verdugo.

La raza humana es intolerante, irracional, ignorante y hostil. Siempre encontraremos cualquier excusa para asesinarnos entre nosotros en nombre de religiones, libertades o lo que sea. Una raza adicta a exterminarse ella misma.

Los padres y los hijos

El cofre donde se guardan las esperanzas y otras cosas…

Los hijos somos una especie de cofre donde nuestros padres guardan con recelo todas sus esperanzas (las de ellos, conviene recalcarlo), sus anhelos, frustraciones, miserias humanas, ignorancia, creencias religiosas, dogmas, ideas políticas, limitaciones, miedos… Y todo ese equipaje con que carga todo ser humano.

Nacemos de unos padres que no tienen ni idea de lo que significa traer un hijo al mundo.

Y como hacemos con todas las palabras que forman los conceptos principales de nuestra sociedad: amor, libertad, amistad, humanidad, etc., y que reinterpretamos a nuestra conveniencia y de acuerdo a nuestro nivel educativo y status social, también hacemos lo mismo con el significado de la palabra padre, madre, hijo.

Nacemos de padres que, a su vez, también nacieron de padres a quienes nunca nadie instruyó en esa difícil tarea de «saber qué significa ser padres». Se va aprendiendo con ensayo y error (los que están dispuestos a ello, claro), pero a veces los errores se pagan muy caro tanto, para padres, como para hijos.

A medida que pasa el tiempo y los hijos van creciendo, también van creciendo los problemas, como es normal en esta sociedad, y los gastos que se generan: en alimentación, vestimenta, educación y actividades complementarias.

Sinceramente, yo creo que traer un ser humano a este mundo no es para nada lo mejor que te puede pasar tanto a ti como a él. El mundo en que vivimos actualmente es un verdadero infierno. Y al decir esto Dante se quedó pequeño en la primera de las tres cánticas de la Divina comedia.

El mundo que vivieron nuestros abuelos, fue difícil y complicado, también. Pero un poco más duro fue el de nuestros padres, y ahora a nuestros hijos se les viene encima enfrentarse a uno mucho peor.

La humanidad necesita soldados, esclavos y mujeres que provean de esta materia prima tan necesaria para mantener el negocio de las guerras, así como las grandes fábricas que mantienen a los amos de nuestras vidas. Y, en ese sentido, los padres juegan un papel imprescindible como proveedores del material necesario.

Somos parte de un eslabón de la cadena de producción vital de esta sociedad. Nuestros padres sin darse cuenta nos moldean, como también hicieron con ellos, para adaptarnos a un sistema social lleno de injusticias, guerras, explotación y esclavitud.

Se vislumbran en el horizonte de la humanidad catástrofes climáticas, virus cada vez más inmunes a las medicinas de que disponemos, si si tiene el dinero para acceder a ellas, claro. Y, por supuesto, se auguran guerras cada vez más letales.

Sin embargo afortunadamente, en nuestra sociedad actual, los padres cuentan hoy con un arma muy poderosa para no tener que pensar en eso. Gracias a la tecnología móvil y a las redes sociales, los padres cada vez están menos pendientes de sus hijos y del futuro que se les echará encima y terminará por devorarlos, convirtiéndolos en la masa necesaria que necesitan los engranajes del poder para triturarlos.

Al final de sus años acabarán, si tienen suerte, con el cuerpo magullado y exprimido, envejecidos después de haber producido su cota de trabajo exigido al sistema social y en una residencia de ancianos, porque sus hijos estarán, como ya sucede, muy ocupados trabajando para el sistema como para hacerse cargo y responsabilizarse de ellos.

Es necesario traer hijos a este mundo para mantener la cadena de producción. Y entre tanto, se permite hablar de: amor, amor de padres, amor incondicional, amor a Dios sobre todas las cosas, aunque nada de eso se entienda.

Hablemos de la Patria

Puedes arrancar al hombre de su país, pero no puedes arrancar el país del corazón del hombre.

John Dos Passos

A lo largo de nuestra historia, como humanidad, hemos vivido rodeados de palabras que usamos a diario: Amor, libertad, sinceridad, felicidad, democracia, justicia, honestidad, patria (por hablar solo de algunos vocablos), y cuyo significado interpretamos de acuerdo a nuestra realidad y contexto social. De manera que cada palabra puede ser interpretada de forma diferente según sea la realidad social y el momento que esté viviendo la persona.

Comparto un experimento personal: Un ejercicio filosófico para interpretar el significado de la palabra «patria», según mi visión subjetiva.

Veamos lo que dicen los diccionarios. En cualquier diccionario, para definir conceptualmente dicha palabra encontramos lo siguiente:

«Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos.»

«Lugar, cuidad o país en que se ha nacido.»

Pero también existen otras definiciones según los intereses políticos, económicos, militares y/o religiosos, de los grupos que controlan el poder y nuestras vidas en esta sociedad.

Territorio, fronteras, individuos.

El concepto de «patria» es uno de los que más se han manipulado desde tiempos inmemoriales en nuestra historia, es una especie de botón rojo de acción que usan dictadores y políticos para movilizar y enardecer a las masas populares e ignorantes con fines bélicos, generalmente. Siempre apoyándose en la publicidad: “La patria te necesita”; “Defendamos nuestra patria”; “Patria o muerte”; etc.

A menudo nos llaman a la guerra para defender nuestra patria. Patria de la cual gozan sus beneficios quienes promueven las guerras y se aprovechan de la ingenuidad y la falta de educación de los pueblos para mantener sus privilegios que siempre son meramente económicos.

Después de terminar las guerras las personas que sobreviven terminan siendo más pobres y miserables de lo que eran antes, porque la guerra siempre es el negocio para los que controlan todo. Hitler, en un discurso en el que llamaba al pueblo alemán a la guerra dijo: “Denme 10 años y nuestra patria Alemania será otra.” y, ciertamente, lo logró, aunque no fuese como los alemanes pensaban.

Fidel Castro llamó al pueblo cubano a comandar una revolución con el eslogan publicitario: “Patria o muerte”. Los que no murieron recibieron una patria miserable y pobre que sobrevive hasta nuestros días.

Así, por esta senda, podríamos recorrer un largo camino de historias registradas que, en nuestros días, a nadie le interesa conocer y mucho menos le importa que se repitan cómo continúa ocurriendo.

En pocos años el mercado del turismo espacial experimentará un acelerado crecimiento y muchos tendrán la posibilidad de observar nuestro planeta desde el espacio. Entonces se darán cuenta de algo que debería poder cambiar conciencias: verán que la tierra no solamente no es plana sino que las fronteras que nos separan son invisibles.

La patria como territorio existe para el beneficio de los que manipulan y controlan el poder.

Las fronteras fueron creadas con el único propósito de separarnos para enfrentarnos entre nosotros y beneficiar con nuestras muertes a un número reducido de personas, quienes nos manipulan según sus intereses económicos y egos personales.

La patria (y es aquí donde quiero llegar), son las personas que viven en ese territorio, no el territorio en sí.

Patria es lo que ha formado parte de lo que tú eres y, por una lógica aplastante, eres tú.

Nadie te puede invadir, nadie te puede quitar lo que tú eres: Tu forma de hablar, tu comida, tu música, tu estilo de vestir, la educación que recibiste, tus recuerdos, el color de piel, tu manera de pensar, tus miedos, tus creencias, tu religión, todo eso que llevas metido en tu cabeza y en tu corazón, eso, es realmente tu patria.

La patria se nos sale por la boca cuando hablamos en un país extranjero que hable nuestro idioma, del lugar del planeta de donde venimos, también habla por nosotros cuando nos comunicamos en otro idioma (por muy bien que lo hayamos estudiado) y nos sale un acento que de inmediato identifican.

La patria son las arepas, en el caso de los venezolanos, que nos gusta cocinar y comer en el país en el que decidimos comenzar de nuevo.

Nadie es patria, todos lo somos.

Jorge Luís Borges

La patria siempre va con nosotros a todas partes, somos nosotros.

Hoy, que vivimos el auge de la globalización, basta con pasear por cualquier calle de cualquier ciudad del mundo y observar restaurantes y tiendas (especialmente de venta de alimentos) de muchos lugares del planeta para darnos cuenta como la patria va con nosotros allá donde estemos y se manifiesta espontáneamente en nuestros bosques urbanos.

Aquí, en Barcelona, entrar en el metro es experimentar el contacto con muchas patrias porque, sin exagerar, puedes escuchar al mismo tiempo todos los idiomas y acentos de las personas que han decidido visitar o vivir en esta ciudad.

Es necesario ahora más que nunca querer evolucionar en nuestra manera de pensar, explorar y cuestionar lo que nos han enseñado sobre lo que significa «patria», y que no es para nada un pedazo de tierra, porque nuestro país, nuestra patria, es este planeta, con diferencias idiomáticas y culturales como es natural con tanta tierra a nuestro alcance.