PALESTINA – ISRAEL

“Concedan a nuestro pueblo la soberanía sobre un territorio del planeta lo suficientemente grande para satisfacer los requisitos legítimos de una nación; nosotros nos ocuparemos del resto».

Theodor Herzl

La historia de la humanidad está conformada por innumerables hechos llenos de injusticias, guerras, exterminios sistemáticos de poblaciones y todo tipo de aberraciones en contra de los pueblos más vulnerables.

Hoy día la población mundial habla y se rasga las vestiduras por la última guerra que está de moda en este planeta. Lo curioso es que hablamos de una guerra que muy bien podríamos decir que comenzó allá por los años 1910-1915 y que sin tregua se ha mantenido hasta nuestros días.

Hoy el pueblo oprimido y que sufre las injusticias es el pueblo de Palestina, pero la cosa era muy diferente en 1948. Cuando el pueblo judío había padecido un exterminio sistemático por parte del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial, ante el conocimiento y la indiferencia de las principales potencias aliadas.

En esos años, quienes ahora se manifiestan a favor del pueblo Palestino estarían, en aquel entonces, a favor del pueblo judío.

El universo infinito de ignorancia que controla la población mundial será definitivamente lo que terminará con la extinción en masa de lo que conocemos como raza humana.

Ante la indiferencia de la opinión pública internacional las potencias colonialistas crearon un problema entre judíos y palestinos y ahora se lavan las manos, como siempre ocurre. Ya es demasiado tarde para que cualquier gestión diplomática pueda solucionar algo al respecto.

El pueblo judío se ha fortalecido enormemente y ya es imposible lograr cualquier acuerdo.

Esquivando la Paz

Si revisamos un poco la historia nos daremos cuenta que los judíos junto con los gitanos han sido desde siempre los pueblos más rechazados injustamente en toda Europa.

Aquí en España, sólo por poner un ejemplo, el 31 de marzo de 1492 los reyes católicos firmaron en Granada el decreto real para la expulsión de los judíos, un pueblo que llevaba generaciones viviendo en España.

Hasta ahora no se conoce la cantidad de judíos que fueron expulsados en un año, pero se estima que para la época vivían en España cerca de 600.000. También se sabe que no todos se marcharon porque una buena parte fueron convertidos a la fuerza al Cristianismo. Y muy a pesar de eso fueron maltratados y llamados marranos, o lo que es lo mismo: cerdos, un vocablo que se utilizó de forma extensiva y peyorativa para referirse a todos los judeoconversos y a sus descendientes y que acarreaba implícita la peligrosa insinuación de «cristianismo fingido», algo que en el fondo, más allá del insulto, a lo que alude es a una conversión hecha a la fuerza.

Pero este rechazo sistemático a los judíos no sólo ocurría en España, sino en toda Europa. Y sucedió muy a pesar de ser un pueblo inmensamente culto, adelantado en cuanto a los avances medicinales y tecnológicos del momento y con un cierto poder económico.

Todas estas injusticias hacia el pueblo judío hacen que en el año de 1896 Theodor Herzl, un periodista y activista político austrohúngaro, muy conmocionado por el caso Dreyfus en 1894, escribe su tratado El Estado judío, denunciando el antisemitismo como nadie había hecho, y diciendo que el problema del antisemitismo solo sería resuelto cuando los judíos dispersos por el mundo puedan reunirse y establecerse en un Estado independiente.

El plan que planteaba Herzl era simple, para ser comprendido por todos. Dijo: «Concedan a nuestro pueblo la soberanía sobre un territorio del planeta lo suficientemente grande para satisfacer los requisitos legítimos de una nación; nosotros nos ocuparemos del resto».

Durante los dos años previos a su muerte, Herzl se reunió con diversos funcionarios británicos (Arthur James Balfour, Lord Milner, Sir Edward Grey y Lloyd George), a quienes presentó la idea de establecer un hogar judío, y quienes serían fundamentales en la llamada que la Declaración Balfour de 1917 hacía a brindar el apoyo británico para la creación de un “hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina.

El texto de la Declaración Balfour, de 67 palabras y escrito en una hoja de papel, fue incluido en 1922 por la Liga de las Naciones (organismo que antecedió a la ONU) en el Mandato Británico sobre Palestina, mediante el cual Reino Unido quedaba formalmente encargado de la administración de esos territorios.

Históricamente y bíblicamente (para los creyentes en el Cristianismo) el pueblo judío está ligado a Jerusalén y Palestina, tanto como el pueblo Palestino.

Sucede que desde el imperio Otomano hasta 1948 se organizó el asentamiento del pueblo judío en Palestina sin ningún tipo de consenso entre el pueblo Palestino que era quién vivía ahí y poseía la soberanía.

Al imperio Británico un día antes de su retirada de Palestina el 14 de mayo de 1948 no le importó nada cuando David Ben-Gurión proclamó la creación y la independencia del Estado de Israel y cedió el control de Palestina de manera simbólica al pueblo Judío.

La Declaración Balfour en 1917 por parte del Imperio Británico respaldó la creación del estado de Israel en tierra Palestina. Ningún país europeo en ningún momento manifestó nada sobre una repartición de tierras de un imperio colonialista al que para nada le pertenecían, y que no tenía el más mínimo interés por conocer la opinión de los palestinos.

Recordemos que las potencias aliadas también abandonaron a su suerte al recién creado Estado de Israel en aquel año de 1948, a la espera que la liga árabe exterminara a los supervivientes del holocausto nazi en lo que se llamó la «Guerra Árabe-Israelí», y así quitarse el problema de los judíos.

La guerra árabe-israelí de 1948, también conocida por los israelíes como guerra de la Independencia o guerra de Liberación, fue el primero de una serie de conflictos armados que enfrentaron al Estado de Israel y a sus vecinos árabes, en lo que se conoce globalmente como el conflicto árabe-israelí. Para los árabes palestinos esta guerra marcó el comienzo de lo que ellos denominan la Nakba (el éxodo palestino).

FOTO: El capitán Abraham «Bren» Adan izando la Degel HaDyo en Umm Rashrash, marcando el final de la guerra.

Adictos a exterminarnos a nosotros mismos

Sin embargo es muy difícil exterminar a un pueblo que ha sobrevivido durante siglos y que con el paso de los años en Palestina se ha convertido en el pueblo opresor que, paradójicamente, de tanto defenderse a lo largo de la historia se ha convertido en verdugo.

La raza humana es intolerante, irracional, ignorante y hostil. Siempre encontraremos cualquier excusa para asesinarnos entre nosotros en nombre de religiones, libertades o lo que sea. Una raza adicta a exterminarse ella misma.